OCTAVIO UÑA, EL INTELECTUAL
Creado en Lunes, 02 Diciembre 2019 23:35
Intelectual es hoy palabra deturpada, venida a menos, despojada de su sentido genuino. Por ello
es preciso restaurarla y pronunciarla cuando sea idónea. Como adjetivo, lo perteneciente al
entendimiento; sustantivo, persona que se dedica al cultivo de ciencias y las letras; quien a
través de su inteligencia desarrolla un pensamiento crítico en torno a la realidad y cuya
comunicación adquiere adhesión racional.
La inteligencia está en relación directa con
nuestra capacidad para resolver los
problemas que nos plantea la vida, en
concreto, y el vivir en sociedad. En Con
permiso de los cervantistas, Biblioteca Nueva,
Madrid 1948, p. 209, apunta Azorín: “Lo más
alto, lo más excelso, lo más exquisito, lo más
divino que hay en el hombre es la
inteligencia” ¿Por qué no se lee a Azorín?
Octavio Uña es un intelectual de referencia.
Inteligencia que genera pensamiento
positivo, derramado en centenares de
publicaciones y alumnos. Luminosa y
reflectante inteligencia. No es inteligente, por
oportunista y eficaz que sea su acción, quien
se dedica a hacer el mal, a proponer el error,
que conduce siempre al horror. El intelectual
ayuda a sentir y comprender la vida. No es
intelectual quien la sabotea, la esquilma, la
aniquila. Para Umberto Eco es aquel que al
mirar ve lo que otros no distinguen.
Con ocasión de su retirada oficial
de la docencia, en varias
universidades, colegas, alumnos y
amigos, retomando un saludable
hábito universitario de antaño,
para testimoniar el suceso, rinden
homenaje a Octavio Uña en una
publicación excepcional, bajo el
lema agustiniano, Intellectum
valde ama (s. Agustín, Ep. 120,III,
13.4), ¡Amaintensamente la
inteligencia! ¿Por qué no
enriquecernos leyendo a san
Agustín?
El resultado es monumental. Semblanzas, estudios de sociología, ensayos, poemas, evocaciones de 450 autores,
distribuidos en 3 volúmenes, que completan 2035 páginas. En la tapa de cada volumen aparece una imagen de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, teniendo por subtítulo: “Homenaje al profesor Octavio Uña Juárez, Catedrático de Sociología y Filosofía, Escritor y
Poeta”.
Al editor, Rafael Lazcano (rafael.lazcano@gmail.com), investigador y bibliógrafo, hay que darle
encarecidas gracias por haberse atrevido a una empresa de estas características y culminarla
con acierto. Editar una obra, como la que referencio, en papel, en estos tiempos, requiere
mucho arrojo, sabiduría y fe en la persona homenajeada. Una valentía, que prueba a su vez que
no todo está perdido en la era digital, más basura que jazmines.
Esta obra coloca al profesor Uña en la proceridad intelectual. En dos mil páginas, poco se habrá
quedado en el tintero, aunque es difícil poder recoger la emoción que produce cuando toma la
palabra y, sin papel alguno, nos recuerda la historia del mundo, los poemas más señeros, el
pensamiento lúcido a través de los siglos. Octavio es un hombre de palabra, de compartir, huele
a limpio, construye, ético sajelador de la ética. No importa tanto los títulos, premios y honores que atesora, como su posición ante la vida y el
hombre, como su entrega a la docencia, como la sobria y recia textura de su canto. Tienen un
reguero luminoso e interminable de alumnos por medio mundo. Y de lectores, y de amigos y de
almas que han bebido en el manantial de su riqueza. La docencia no es lucimiento personal, sino
enseñar a aprender, compartir inquietudes.
Desde la adolescencia fue un hombre orientado. La orientación no está en relación a la ambición
por ser esto o aquello, sino a la convicción de formarse, de utilizar las herramientas necesarias
para ahormar un pensamiento y desarrollarlo. Es descubrir la estructura de la inteligencia y
fortalecerla, mimarla, exigirle, cultivarla hasta producir el germen requerido, necesitado por sus
coetáneos de aquí y de allá. Y todavía.
Se puede ser culto y no inteligente. Erudito y no culto. Vivaz, mordaz, brillante, pero negativo.
El halo, el resplandor de la inteligencia, no puede ser ajeno a la decencia, a la integridad, a la
entrega más diáfana a los demás. Si no nos ponemos en el lugar del otro, si no aceptamos que
los demás pueden tener razón, estamos lejos de la inteligencia. Por la Universidad hemos pasado
muchos, pero no por todos ha pasado la Universidad.
El intelectual no es gregario, ni mercenario, ni servil. El intelectual es garante de la libertad, sin
la que no hay pensamiento crítico. En contra de B.F.Skinner, no podemos prescindir del
acendrado sentido de la libertad. Si la libertad es prescindible, como defiende Skinner, ya
estamos en el pozo. Cuestionar la libertad nos pone ya en la cochiquera, en el redil de una
manada de ovejas. Sin libertad no hay hombre, sin hombre solo está el instinto animal. “Nos
olvidamos del hombre en nombre de la Humanidad”, se excusó Wislawa Szimborska, con
ocasión del Nobel, cuando le reprocharon que había transigido con el comunismo más nefando
y criminal.
Todo esto es lo que pone en evidencia la figura de Octavio Uña, sin haber sido jamás prisionero
de las ideologías del s. XX, ejerciendo un magisterio que ha calado hondo en la conciencia del
hombre, como evidencian los contenidos de estas 2035 páginas. Por muy líquido que sea hoy el
pensamiento, el pilar de la inteligencia mantiene la estructura del edifico del pensar. Despreciar
la lectura es amordazarse.
Octavio es un géiser que brota del pensamiento primigenio, no sólo judeo-cristiano, sino de ese
hurmiento que aúna el Oriente y el Occidente, en un canto ecuménico, feraz, deslumbrante,
veraz, universal. El Dr. Uña, el poeta Octavio Uña no ha dimitido nunca. Castellano viejo joven,
pionero, filoneista, independiente, hielo y llama, ha puesto las bases de los nuevos estudios de
la Sociología.
Sociólogo, filósofo, poeta, políglota, socrático, docente, discente, liberal, austero un punto
luterano, solidario, conciliador. No es fácil, ni conveniente, separar estas facetas o primar alguna
sobre otra, porque es un todo lo que contemplamos, lo que celebramos en las páginas de esta
obra magna: la figura de un intelectual (sin adjetivos) de nuestro tiempo. “La lectura no es un
alimento, sino un estimulante”, asegura Azorín, op. cit, p.108. Leer las páginas de esta obra es
asomarse a un paraíso: ¡Intellectum valde ama!
Tomás Paredes
Miembro de AICA
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