ATENEO DE MADRID

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domingo, 8 de diciembre de 2019

Acción, discurso y metáfora. Sobre el lenguaje en H. Arendt

Acción, discurso y metáfora. Sobre el lenguaje en H. Arendt


Primeras páginas del artículo “Acción, discurso y metáfora. Sobre el lenguaje en H. Arendt” publicado en 2014 en la revista Barataria. Si lo deseáis podéis descargaros el artículo completo aquí.

ABSTRACT

Toda la obra de Arendt se alimenta de múltiples registros y de ámbitos variados de conocimiento: filosofía y ciencias sociales especialmente, pero también de la literatura y la poesía. En el lenguaje se acumula el sentido. Pensar consistirá en un ejercicio de “descongelación” de los significados que habitan en el lenguaje. Por ello, no hay pensamiento sin palabra. El lenguaje es el medio donde se manifiesta el pensamiento. Es más, el pensamiento necesita el lenguaje no sólo para expresarse, sino para ponerse en movimiento. Por otra parte, tal es la prioridad del lenguaje, que las palabras y sus articulaciones son las únicas armas que tenemos para dar cuenta de los hechos del mundo. A su vez, el lenguaje funda la comunidad. La ciudad y la sociedad son por el carácter público del “logos”. La ciudad, la “politeya”, es construcción de hechos y palabras. Con la palabra y la acción nos insertamos en el mundo propiamente humano. La acción es realmente política por la palabra, por el discurso. La sociedad es cuando los hombres se hablan y se sienten. Y cuando se pierde “la poderosa luz del ágora” se desvanece la comunidad. Si las aportaciones de Arendt al lenguaje en su relación con el conocimiento y con la vida social son extraordinariamente creativas, no lo son menos en lo relativo al lenguaje poético en su función de originancia y creatividad. Bajo la influencia de Heidegger y en la larga sombra de Hölderlin, para Arendt en el lenguaje vive el origen: recordar será la esencia del pensar, como ya estableciera Platón.

NUEVOS “CAMINOS” HERMENEÚTICOS SOBRE EL LENGUAJE


No vamos a detener aquí la reflexión en aquel dicho de Wittgenstein: “Las palabras son como la piel sobre un agua profunda” (Wittgenstein, 1982: 91) ni en aquella otra afirmación de Habermas: “El logos del lenguaje se sustrae a nuestro control, y sin embargo somos nosotros, los sujetos capaces de hablar y actuar, quienes se entienden entre sí en este medio” (Habermas, 2008: 36). Tampoco podemos extendernos aquí, como piden de suyo la amplitud y profundidad del asunto, en el aserto arendtiano: “Nadie actúa a menos que el actuar haga presente su latente yo” (Arendt, 1993, 201). Queda para otros trabajos y otros días la indagación en el temario altamente sugeridor del lenguaje en la obra de Arendt: que en el lenguaje vive el origen, que en el lenguaje va un almacenamiento de sentido, que el mismo pensar viene a ser un proceso de descongelación de palabras, que en los tiempos de oscuridad se oculta el carácter público del logos, la poderosa luz del ágora, que el habla forja y mantiene la comunidad, que, cuando perdemos la vinculación, se pierde también el poder revelador de la palabra, que en los convulsos acontecimientos de la historia, en especial en el sombrío y atormentado siglo XX, se instala un vacío entre "el poder de las palabras y los sobresaltos del mundo" (Koselleck, (2012) estudioso del lenguaje en su relación a la realidad política y social, mostró como la historia de los conceptos nos ilustra en el tiempo histórico del presente). El discurso de Arendt, desde posiciones singulares y originales, se edifica desde muy diversas entradas histórico-teóricas. Fiel al lema de Heidegger: “Construid desde él la morada del hombre: el lenguaje” (Heidegger, 2010, 269). No se cumple en ella la sugerencia de Bacon sobre la construcción de la obra propia: De nobis ipsis silemus. Su biografía es la base y el campo de labrantío de su peculiar visión del hombre, la sociedad y el poder.

Ella mira al escenario del pasado siglo y comprueba el gran fracaso de la comprensión, la soledad de la teoría así como la total separación entre las palabras y los hechos (muy acertadamente se ha dicho que “la historia es lenguaje” y que “el pasado se nos presenta bajo la forma de signo” (Lledó, 2012: 180-181). Ella constata igualmente que una cierta sordera a los significados lingüísticos ha tenido como consecuencia un tipo de ceguera ante las realidades a las que corresponden (Arendt, 1974: 145-146). Palabras como “tiranía”, “totalitarismo”, “fascismo” han aparecido como vacías de significado para la sociedad. Para la pensadora judía el lenguaje dice de lo originario y creador y el recordar viene a ser la sustancia del pensar. En el lenguaje se acumula el sentido, es un “pensamiento congelado”.

El lenguaje, como proteica morada del pensamiento, es el gran recurso para nombrar, definir y comprender los hechos, “lo que es”, la realidad misma. Pero el lenguaje pierde su poder epifánico y novador, su fuerza de desvelamiento y anuncio, cuando se ocultan y desaparecen las relaciones sociales y los vínculos comunitarios. El lenguaje entonces, como quería Wittgenstein, “marcha en el vacío”. Nuestra autora repite hasta la saciedad que la vida social es ineludiblemente por el “logos”. El eclipse del “logos” coincide con los “tiempos de oscuridad”: Los hombres aislados carecen de poder (Arendt, 1982: 611), “El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente” (Arendt, 1974: 154). Palabra y acción -acción que reviste la especificidad de política por la palabra- nos insertan en el mundo propiamente humano y construyen el “espacio público”, como Kant formulara para la época moderna y Habermas glosara para la sociedad democrática. Somos porque hablamos y somos verdaderamente políticos, ciudadanos, por esa palabra de la significación proteica, inauguradora, “alba originaria”, rebasadora de las situaciones dadas, adelantadora y creadora. La palabra, por el contrario, deviene estéril, insignificante, ausente, cuando se desvanece la relación, la interacción y la cohesión de aquel “animal político” que fuera el hombre. Ella ve la desgracia mayor de la sociedad de su tiempo en la pérdida del “espacio asociativo”, que es el espacio deliberativo, constituido por la libertad y la igualdad, en la aminoración y pérdida de la “poderosa luz del ágora” (Roiz, 2003:165-200 y 201-242). Arendt sostiene taxativamente que “los hombres en plural, o sea, los que viven, se mueven y actúan en este mundo, únicamente experimentan el significado debido a que se hablan y se sienten unos a otros y a sí mismos”. Entre otros brillantes textos.

Tiene en su haber la ilustre alumna de Husserl, Heidegger y Jaspers brillantes páginas sobre el lenguaje: el lenguaje y la sociedad, el lenguaje y el pensamiento, especialmente en sus escritos La vida del espíritu y La condición humana. De excelencia son igualmente sus reflexiones sobre el lenguaje y la poesía, sobre la metáfora y lo inefable. En Ensayos de comprensión se hace gran elogio de la lengua materna y se celebra la lengua alemana (Arendt, 2005: 29-30). En Los orígenes del totalitarismo discurren mil sugerencias sobre conocimiento y poder, sobre “adoctrinamiento ideológico” y “propaganda política”. Nuestra autora parte de dos presupuestos en el célebre escrito: que en el siglo XX las ideas han sido “disueltas por los hechos” y que igualmente cunde el vacío entre el poder de las palabras y los sobresaltos del mundo. Ya Adorno dejó también lúcidas intuiciones sobre las relaciones y trastiendas varias entre lenguaje e ideología (Adorno, 1982; Barth, 1951; …). Este conocido texto se propone una muy precisa finalidad y de algún modo repite el celebrado propósito -a la búsqueda y captura de los “ocultos schematismos et motus”- del autor de Novum Organum (Uña Juárez, 1989:38-42). Así se formula explícitamente: este libro fue escrito con el convencimiento de que sería posible descubrir los mecanismos ocultos mediante los cuales todos los elementos tradicionales de nuestro mundo público y espiritual se disolvieron en un conglomerado donde todo proceso parece haber perdido su valor específico y tornándose irreconocible para la comprensión humana, inútil para los fines humanos” (Arendt, 1981: 12).

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